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En este desván, encontrarán aquellos conciertos que me han hecho vivir lo mas sublime de la música

sábado, 30 de julio de 2016

Orquesta West-Eastern Divan & Martha Argerich - Festival de Música y reflexión - Teatro Colón (29.07.2015)







Esto tendría que haber sido posteado ayer. Pero, entre reunión con amigos, y el segundo concierto del abono estelar, no tuvimos tiempo para publicarlo. Pero, más vale tarde que nunca!



Que frío hacía aquel miércoles 29 de Julio! Casi similar al frío de ayer.


La cita fue en el Colón, en la confitería. Esta vez el concierto era con la West-Eastern Divan, y Martha Argerich como solista. Como ya saben, mi amada tuvo una conexión casi instantánea con Martha....... se emocionó en ambos conciertos.....


El concierto, una belleza. Entre sus puntos altos, se pueden citar el Bailecito Guastavino, y el Concierto Nº2 de Beethoven


Finalizada la función, nos fuimos hacia la entrada de Cerrito, por donde salen los artistas, para intentar saludar a alguno. Nuestra idea era saludar a Martha, pero, lamentablemente no se pudo. Lo bueno fue compartir un grato momento junto a Richard, y Mariano Borgiani, entrañables amigos que nos dejó este festival.


Luego de la infructuosa espera, nos fuimos a tomar el colectivo, que tanto Richard como Mariano nos hicieron el aguante hasta que viniese el bondi. Gracias muchachos por todo!!!


Esta vez, no hubo escala en ningún lugar, por lo que el viaje fue directo a casa, donde ya teníamos un rico suflé de verdura preparado, con algunas aceitunas, quesito y un buen vino para compartir y celebrar todo lo lindo que estábamos viviendo. Algo muy personal, muy nuestro.


Esa noche podría haber terminado sin incidentes, una noche magistral..... Pero... siempre hay un pero! AL darle de comer al negro perrudo que Yo tengo, en su desesperación por comer, me saltó, y tiró toda la comida al piso....... Menos mal que su apodo de aspiradora lo lleva a la perfección, porque eso fue lo que hizo! Tenían que verlo, barriendo el piso, buscando los granitos de alimento.... Y digo menos mal, porque si no tenía que ponerme a limpiar el piso. Y como no podía ser de otra manera, la velada terminó con música de fondo de Martha Argerich, mientras disfrutábamos de la cena, de tenernos el uno al otro.

Lista  de obras:
01. Concierto No2 - Beethoven
02. Bailecito de Guastavino
03. Tchaicovsky - Sinfonía No4 (1)
04. Tchaicovsky - Sinfonía No4 (2)
Descarga:
 

 
Solo faltó el bis.

Debajo algunas reseñas del concierto



domingo, 23 de agosto de 2015

   
"Mi abrazo con Martha Argerich" - por Esther Paredes






Nací hace 85 años en una isla correntina, Apipé Grande, en una familia muy pobre. Pude ir a la escuela hasta cuarto grado pues nunca mandaron a mi pueblo de Corrientes maestras para poder terminar quinto y sexto. Esperábamos el domingo con ansias y también con hambre atrasada, pues la Asociación Cooperadora nos convocaba a comer fideos a los alumnos más pobres.

Como fui abanderada, al terminar mis estudios me ofrecieron el cargo de Bibliotecaria y le pregunté a mi padre si podía seguir estudiando en Ituzaingó. Me contestó que consiguiera una pareja y tuviera hijos. Con eso era suficiente. Conseguí la ayuda de una hermanastra mayor que vivía en Buenos Aires y viajé a la gran ciudad con sólo 15 años para poder estudiar. Tuve mala suerte porque al poco tiempo descubrí la mala intención del compañero de mi hermana y salí a buscar trabajo urgentemente. En un matutino había una aviso que pedía niñera para una chiquita de 5 años. Me presenté y enseguida me tomaron. Mi misión era mantener el departamento en orden, hacer la comida y atender a la nena. Los padres eran profesionales y no regresaban hasta la tarde.
Despertaba a Marthita con el desayuno y la mamá me dejaba en un tocadiscos los vinilos de conciertos de piano hasta que llegaran del trabajo. La llevaban a su hijita a los conservatorios más prestigiosos. Trabajé con ellos durante cinco años, hasta que consiguieron una beca en Suiza y se trasladaron allí. Conseguí otro trabajo y comencé a estudiar en las Academias Pitman.
Ya casada, mi hijo, que es gerente en la Sociedad Argentina de Escritores, se enteró que estaban escribiendo un libro sobre la vida del director de orquesta Daniel Barenboim, y de los pianistas Bruno Gelber y Martha Argerich.
Cuando vinieron a dar un concierto presentaron el libro en el Hotel Paramount. Conseguí entradas con mi esposo y una entrevista con Martha Argerich de media hora. Le recordé su infancia y aquellos años en que la cuidaba y la despertaba con el desayuno. Nos abrazamos. A pesar de haber pasado casi 70 años, nunca la olvidé. Fue la “frutilla del postre” de mi vida, que no sé cuando acabará.
Esther Paredes

DNI 2.583.847

PD: mi jubilación mínima me alcanza para comprar el diario sólo los domingos. Si esta carta fuera publicada, desearía que fuese en cualquier domingo. Desde ya, muy agradecida.


Reencuentro con la niña prodigio
Esta carta, como se puede ver en la composición de Mariano Vior, llegó a la redacción escrita con una caligrafía que envidiaría cualquier joven de hoy, habituado a redactar al compás de los teclados virtuales de la tecnología digital.
La hizo Esther Paredes, de 85 años, pulso firme, ternura en el corazón y recuerdos templados en aquellos años difíciles. Venía de la pobreza más profunda y del desgarro de pegar un portazo al hogar familiar. Y se encontró trabajando en una casa de profesionales que le confiaron el cuidado del tesoro más preciado: su pequeña hija. Esther, la gran protagonista de la carta de hoy, nunca olvidó que fue la niñera de Martha Argerich, un talento argentino que hoy asombra al mundo y que tiene la sensibilidad propia de los artistas de excepción. Su niñera de hace décadas cobra hoy la jubilación mínima y su mayor gloria es haber arropado la incipiente genialidad de esa nena, mientras escuchaban juntas conciertos en viejos discos de vinilo que ya olían a futuro.



Ella, la mejor de todos

En el extremo izquierdo y posterior del escenario se abre la puerta y se asoma la cabellera blanca de Martha Argerich. En ese preciso instante, se desata un estruendo atronador que a ella parece incomodarle. Mientras camina lentamente hasta el proscenio, mueve levemente la cabeza hacia ambos lados como denotando alguna incomodidad. Como si todo esto no fuera sino un amor exagerado. Daniel Barenboim, el maestro absoluto de ceremonias, el dueño total del espacio y sus aconteceres, una especie de ángel protector, la acompaña bien de cerca, pero, en el momento de llegar al centro, la deja sola.

Ella, la mejor de todos
Él, un ídolo cabal para el público argentino, entiende perfectamente bien la situación y sabe que esa tremenda ovación de bienvenida es para ella. Lo que vino a continuación no fue simplemente una devolución de atenciones, sino una muestra acabada de que Martha Argerich no es sólo una pianista admirable, sino, con todas las reservas y subjetividades del caso, la mejor de todos. Sí, sin error gramatical de género, ella es la mejor de todos, incluidos los ellos y las ellas, la única que puede generar una tensión infinita sobre el escenario, la única que dirige sus pensamientos más profundos y su espontaneidad más abierta hacia terrenos que sólo ella concreta con una claridad franca y un arte infinito. La única, la mejor.
El año pasado, cuando con la misma WEDO y el mismo director, hizo el primero de los conciertos para piano de Beethoven, comentábamos que su modo de aproximarse al compositor difería de los cánones interpretativos que, para este repertorio, con solidez y definiciones claras, habían acuñado pianistas tan maravillosos como Brendel, Schiff o Uchida. Ahora, con el segundo de los cinco conciertos, volvió a afirmar esa individualidad, ese modo de hacer música que la aparta de esas normas aceptadas. Si de algún modo esos tres pianistas pueden haber erigido una escuela de interpretación beethoveniana a la cual entender y adherir, lo de Martha está lejos de poder ser imitado o tomado como ejemplo. Esa singularidad hace que lo de ella sea un modelo irrepetible. Desde que arranca su participación, luego de una estupenda exposición orquestal, comienzan a confundirse la más exquisita delicadeza y todas las galanuras imaginables con una teatralidad y una expresión intensa que pareciera que no pudieran fundirse en algo coherente. Sin embargo, ella le da consistencia, ilación y crea un mundo increíblemente atractivo y estilísticamente intachable.
Más allá de las meras cuestiones técnicas -Martha es una virtuosa del piano en el más brillante de los sentidos-, lo que deslumbra es la claridad con la que expone sus certezas. Todo suena bien y en su exacta medida: sus toques son impecables, sus fraseos son presentados con sutilísimas inflexiones y cambios de tempi, impresiona la precisión para elaborar pasajes de altísima velocidad sin que ninguna nota pierda su esencia, afloran acentuaciones impensadas, y las sorpresas y las exactitudes se suceden para que la atención no decaiga. La cadencia del primer movimiento fue tan abrumadora por la contundencia y lo robusto de su mensaje como conmovedor fue el refinamiento con el que paseó sus dedos por el teclado en el segundo movimiento, siempre al borde del volumen más escaso, al tiempo que todo era tan comprensible como convincente.
Menester es señalar que Barenboim y los músicos de la WEDO la acompañaron de modo ideal en todas sus fantasías y voluntades.
Después de muchas idas y venidas, por fin, se sentó en el piano y, fuera de programa, tocóTraumes Wirren, la más endemoniada de las FantasiestückeOp. 12, de Schumann, tal vez para demostrar que, si quisiera, podría dedicarse a exhibir músculos y capacidades como muchos otros para quienes el virtuosismo es su más notable condición. Si ella quisiera, podría ser como ellos. Pero nadie, definitivamente ninguno de los otros, podría ser como ella.
En la segunda parte, a Barenboim y sus muchachos y muchachas árabes e israelíes les tocó la dificultosa tarea de descender del paraíso y transitar por las anchuras terrenales. Y si bien la WEDO es una orquestal juvenil ampliamente consolidada, la interpretación de la Sinfonía N° 4, de Chaikovski, no alcanzó el mismo nivel de magia que se había enseñoreado en la primera parte del concierto. Es real que hay orquestas con mayor fuste e historia que, con el mismo Barenboim, seguramente hubieran sonado un poco más afiatadas y con más variantes y colores. Pero lo significativo es que quien estaba sobre el escenario era la WEDO, con todas las cargas humanas y simbólicas que ella conlleva. Y, en ese sentido, sería erróneo detenerse en observaciones que, en este caso, parecen inapropiadas, no pertinentes.
Las emociones se liberaron todas juntas en el final y afloraron triunfales el griterío, los aplausos y cierto furor propio de un concierto de rock. Fuera de programa, Barenboim dirigió el Vals triste, de Sibelius, y se reservó una sorpresa para el final. Presentó e invitó al joven director israelí Lahav Shaní para que él cerrara la velada. Este pianista y director de 26 años que, en 2013, obtuvo el primer premio de la prestigiosa Gustav Mahler Conducting Competition, dirigió la obertura de Ruslán y Ludmila con mucha seguridad. Podría entenderse este final tan atípico como una señal de que, a futuro, la WEDO puede tener otras posibilidades. Si bien Barenboim es el alma y factótum de la Orquesta del Diván, esta presentación de Shaní a su frente, podría tener esas implicancias. Y no estaría nada mal que este proyecto pudiera tener una vida extensa.
"Ella, la mejor de todos"
Pablo Kohan - Diario La Nación


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